domingo, 3 de mayo de 2015

El guardian del zafiro (IV)


Me despertó algo que me quemaba las entrañas y que al instante me hizo vomitar, estaba recostado, no podía ver casi nada, esta vez todo estaba muy oscuro, era una habitación amplia, solo podía notar eso y frente a mi a la mujer, era muy difícil ver, pues sólo se asomaba un fino rayo de luz por la ventana que era mi ayuda visual en ese momento.

Trate de ponerme en pie, pero ella me contuvo con un jalón del brazo y no me soltó hasta que me tiro de nuevo en la cama, no tenía fuerzas, no podía pelear para levantarme así que no luche más.

Me volví a quedar dormido mientras la mujer me daba a sorbos una bebida un tanto espesa con sabor amargo y rancio, nunca supe que era. Cuando volví en mí, la habitación ya estaba mas iluminada, escuche unos pasos y cerré los ojos, se abrió la puerta rechinando, entró la mujer y se me acerco silenciosa y lentamente, cuando estuvo ya muy cerca se sentó al pie de la cama y trato de abrirme los ojos con la mano por lo que decidí abrirlos por mi mismo, pero otra vez me sorprendí bastante, pues, esta vez su rostro estaba envejecido unos 20 años aproximadamente.

¿Que había pasado? No se me hacia posible que hubiera transcurrido todo ese tiempo.

Me quede abrumado al ver aquella escena, esta vez la mujer llevaba del cuello una piedra muy parecida a un zafiro, quizá lo era, la sostenía un lazo que bien parecía ser hecho de raíces entretejidas, su color me llamó muchísimo la atención, sí, definitivamente era un zafiro.

Mientras yo estaba embelesido por la piedra, ella me cuestionó sobre como me llamaba y de donde era, a lo que yo respondí titubeando: — Mi nombre es Nicolás y soy de...

Aún no acababa cuando me interrumpió.
—Nicolás... Nicolás... ¿y sabes por qué acabaste aquí? — me preguntó con voz misteriosa.

Otra vez iba a responder cuando me dijo: —Soy Danirha y te encontré en la carretera Tenessi, casi no podías moverte y me dio pena dejarte ahí, así que como puedes ver te traje a casa, estabas muy lastimado, mientras te curaba repetías constantemente un nombre... ¿Cuál era?... ¡Ah si! Miranda, ¿acaso estabas acompañado? Regrese varias veces a buscar algo que me dijera como habías llegado a la carretera, pero no encontré nada.

— Sí — le respondí — estaba con una chica... Miranda, no somos de aquí, en mi ciudad siempre viajamos juntos, era la primera vez que salíamos de la región, pedíamos un aventón y un hombre nos recogió en una camioneta blanca, todo iba bien, aceleró y de repente, algo sucedió, un accidente, un golpe, un ruido muy fuerte, pedazos de la camioneta y después... Nada... Ni ella, ni el hombre, ni los restos de la camioneta... Nada. Al terminar de decirle esto estaba sollozando de tristeza, la mujer se conmovió y volviendo la cabeza a una fotografía en la pared dejo escapar un par de lagrimas que corrieron suavemente por sus mejillas.

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